PROSA | “A mi edad, lo mejor es entregarme al vértigo. Perderme en ese abismo llamado amor”

15/02/2020 - 12:01 am

La última vez que confié en alguien, tenía 18 años, y una década ha transcurrido desde entonces. Mantener la esperanza en alguien, es un acto digno de un faquir. Tener fe, es sólo un truco de magia fallido. El destino, un diario vacío.

Insisto en que deberías alejarte. No dejes que el amor te agarre desprevenida y te ataque por la espalda. Si yo pudiera alejarme de mí mismo, sin duda también lo haría. Desaparece como el sol en el ocaso. No te despidas, sólo hazlo.

Ciudad de México, 15 de febrero (SinEmbargo).- Estoy seguro de que no soy el mejor tipo que has conocido y que, probablemente, no soy ni la mitad de bueno de aquellos que te faltan por conocer. No tengo una carrera terminada y tartamudeo frente a cualquiera que me sostenga firme la mirada. Mi depresión es más aguda los fines de semana, pero la verdad es que, de lunes a viernes también me siento así.

Sufro de ansiedad, no logro controlar mi enojo y mucho menos disimularlo. Puedo provocar el fin del mundo en 30 segundos, si me siento presionado. No soy un hombre normal, pero no sé si pueda decir que estoy loco.

De verdad, no tengo un orden en mi vida. Ni siquiera soy un hombre fiel. Cuando escucho el sonido de un par de tacones acercándose, inmediatamente comienzo a bailar con mis mejores pasos. Si un escote se atraviesa ante mis ojos, se convierte en el siguiente puerto en donde mi barco debe hacer escala. Y qué decir de cuando al viento se le antoja levantar una falda frente a mi mirada.

La última vez que confié en alguien, tenía 18 años, y una década ha transcurrido desde entonces. Mantener la esperanza en alguien, me parece un acto digno de un faquir. Tener fe, es sólo un truco de magia fallido. El destino es sólo un diario vacío que llenaré con faltas de ortografía y errores de sintaxis para culparlo por no saber guiarme.

Tal vez, si te alejas ahora, puedas encontrar en alguien todo el placer que yo no puedo darte sin infringirte dolor. Alguien, quien sea, puede hacerte promesas increíbles, de ésas que no se pueden cumplir nunca. Y podrás encomendar tus sueños a un futuro inexistente, mientras sonríes dignamente.

Cuando te miro los labios, tengo la certeza de que existen mujeres que deberían cuidar de no mostrar la sonrisa, como cuidan de no enseñar los calzones mientras usan vestidos cortos. Estoy seguro de que tus labios pueden esclavizar a cualquiera. A mi edad, lo mejor es no rebelarme y dejarme caer, porque cuando tu boca se abre lo único que veo es un acantilado en donde el vértigo te hace resbalar y perderte en ese abismo al que llamo amor. Y tú ya sabes que, para mí, el amor siempre ha tenido sabor a coño.

Insisto en que deberías alejarte. No dejes que el amor te agarre desprevenida y te ataque por la espalda, pero deja una nota en la entrada que diga que me amas, por si un día me olvido de quién soy. Si te quedas, nunca sabrás qué pienso cuando luzca tan pensativo y jamás escucharás un “yo también” cuando me digas “te amo”, porque jamás aprendí a forzar las palabras y es muy tarde para contradecir a mi vocabulario. Jamás aprenderé a pedirte que te quedes, aunque sea mi principal deseo, porque si yo pudiera alejarme de mí mismo, sin duda también lo haría. Incluso si decides que te quedarás, seguiré siendo incapaz de escribir algo decente en tu nombre, porque me harías tan feliz que no podría convertirme en poeta.

Tal vez te resulte difícil comprender que existe gente que necesita extrañar para no aburrirse. Que, para algunos, sonreír les parece un insulto; perder, se les ha hecho costumbre y seguir respirando es su berrinche favorito. Tal vez no comprendas que pertenezco a ese tipo de gente: alguien que no es capaz de volar sin drogas, alguien que siempre sube el monto de la apuesta y entrega su destino a su siguiente desequilibrio emocional. Un algo, más que un alguien.

Deberías alejarte. Retira tus caricias de mi rostro y llévalas contigo a otro destino. Arranca mi corazón y deja que se vea el hueco dentro de mi pecho, rellénalo con el cascajo que ha quedado tras el derrumbe de lo nuestro. Ignora todo eso que veías en mis ojos, no hagas caso de todo lo que mis pestañas te gritan cuando te observo, porque lo único que realmente hace felices a las personas, es la ignorancia de las cosas.

Deberías bajar por esas escaleras, haciendo sonar tus tacones negros, ésos que muchas veces te quité usando los dientes cada vez que el deseo me ponía de rodillas ante ti. Aléjate hasta dar vuelta en el final de la calle y perderte como lo hacen los autos y los demás transeúntes. Hazlo como lo hacen las madres que abandonan a sus hijos el primer día de escuela, como desaparecen las nubes durante el verano y como lo hace el Sol durante el ocaso. No te despidas, sólo hazlo. Deberías alejarte en este instante, porque sólo de ese modo podré saber si de verdad te necesito.

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